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Raul Dominguez

!ÉL ES LA RIQUEZA!

El Señor Yahshúa vivió entre nosotros en condiciones de mucha pobreza, al punto que, en una ocasión, dijo lo siguiente: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. (Mateo 8.20).


Sin embargo las Escrituras dan cuenta de la enorme gloria, y grande riqueza que tuvo Él antes de venir a nosotros. Pero esto mismo da testimonio de que el Señor Yahshúa creía firmemente, en el propósito de Su Venida. Pablo, el apóstol, da cuenta de esto cuando escribe: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Yahshúa el Mesías, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).


La riqueza del Señor Yahshúa no se mide en dinero, sino en gloria. De donde Él vino no se necesita dinero, pero toda la riqueza del mundo es una cantidad ínfima, delante del “capital celestial” del Señor. Él dijo en una oportunidad: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17.5) Porque el Padre es rico en gloria, y esa gloria la compartió con el Hijo.


Aunque las Escrituras no describen con precisión esa gloria en la que el Señor Yahshúa estuvo envuelto antes de venir, si revelan que es la Voluntad del Padre, que sus hijos compartan un estado de gloria, como el que el Señor Yahshúa tuvo y tiene. Así dice: “para que el Dios de nuestro Señor Yahshúa el Masías, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza” (Efesios 1:17-19).


Los hombres gastamos nuestra vida en buscar una riqueza vana, que en nada satisface, y menospreciamos la riqueza de Yahshúa, que es verdadera. En una oportunidad el Señor dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6:19,20).


El tesoro en la tierra se construye con bienes, posesiones y capital; en cambio que el tesoro de los cielos se forma sólo con el Amor. Pero no con el amor que los hombres saben dar, sino con el Amor con que Dios ama. El Señor Yahshúa es inmensamente rico, aunque cuando estuvo entre nosotros fue pobre. Él se hizo pobre para que tú y yo fuésemos ricos; y cuando venció a la muerte nos dio plenitud de riquezas y esperanzas.


El primer tesoro y el más importante fue la salvación; sellado con la presencia del Santo Espíritu de Dios. La pobreza del Señor en la tierra, es la riqueza del creyente en los cielos, y es el lugar donde está su corazón. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). Ciertamente si nuestro afán por riquezas es con los bienes de este mundo, en este mundo estará nuestro corazón. Sin embargo, por muy ricos o muy pobres que podamos ser en esta tierra, estaremos lejos de Él cuando muramos.


Pero si nuestro corazón está en esas riquezas eternas de gloria que el Padre le dio al Señor Yahshúa, aunque seamos muy pobres en este mundo, seremos ricos para Dios. Satanás es el príncipe de este mundo, y (por ahora) posee todas sus riquezas, pero es absolutamente pobre en eternidad, porque lo único que realmente posee es una promesa de infierno. ¿Cuál riqueza quieres? ¿la de Yahshúa que proviene del Padre y tiene promesa de Vida eterna, o la del diablo que proviene del mundo, y su eternidad es de muerte e infierno? Mientras haya vida hay esperanza.

Amén


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