El capítulo 1 (verso 1) del libro profético de Apocalipsis inicia diciendo: “La revelación de Yahshúa el Ungido, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan". La palabra “revelación”, en griego, es Apokalypsis, de donde toma el nombre el libro en español.
En consecuencia, este es el apocalipsis que el Señor Yahshúa el Ungido le mostró a Juan. El verso leído (Ap. 1.1) dice que tal revelación le fue dada al Señor YAHSHÚA por el Padre, y que él (YAHSHÚA) sólo cumplió la encomienda de dársela al ángel (que suponemos fue Gabriel, por su eterno papel de comunicador en las Escrituras), para que se lo revelase a Juan.
El propósito: que “sus siervos” sepan las cosas que han de suceder pronto. Así que en este marco profético podemos incluir todo lo concerniente al capítulo 6 en adelante, por cuanto lo narrado entre el capítulo 1 y el 5 corresponden a eventos ya ocurridos, que quedan fuera del marco de la profético.
Es la Voluntad del Padre que todo lo que ha sido anunciado por Él, entre el capítulo 6 y el 22, sea conocido por sus siervos, “porque no hará nada el Padre, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amos 3.7).
De allí la importancia del verso 1.3 de Apocalipsis: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”. Pero ¿Cuántos leen y guardan las cosas escritas en esta profecía? No lo sabemos, pero esperamos que sean todos sus siervos.
Lo que los siervos quizá ignoran, es que todas esas cosas han quedado determinadas por la actividad del enemigo de Dios y de su iglesia, en contra de esta misma. No obstante, los siervos labran su propio camino. Elías era un profeta y un gran hombre de Dios, y se había levantado en contra de dos enemigos del Señor: el rey Acab y Jezabel, la mujer de este.
Huyendo de la reina, caminó 40 días y 40 noches hasta el monte Horeb donde se escondió de la persecución de esta, y de su amenaza de muerte. Elías se escondió en una cueva, lugar donde se le apareció el Padre y le dijo que saliese. Después de esto un gran espectáculo sucedió: un viento que rompía las rocas, luego un grande terremoto, un impresionante fuego y por último un suave silbido (1 Reyes 19:1-13) ¿Y qué hizo Elías? Cubrió su rostro con su manto, y salió. Esa es la actitud de los siervos frente a los anuncios de las cosas que vienen: taparse el rostro para no ver.
Lo anunciado en Apocalipsis (desde el 6 hasta el 22) son cosas extraordinarias, mucho más grande y gloriosas que las que vio Elías el profeta, y por ello los siervos modernos han tapado su rostro para no ver. El velo que han puesto delante de su rostro se llama negación, o doctrinas modernas, o revelación del Espíritu, pero a la verdad son doctrinas de demonios, engañosas y fraudulentas, cuyo fin es la destrucción de la iglesia.
Lo que está determinado en Apocalipsis ha de suceder, y los siervos lo han de experimentar, quieran o no, porque esa es la Voluntad del Padre, y de nada sirve tener una actitud de avestruz, porque ciertamente las cosas sucederán. Una iglesia perseguida no le agrada a nadie, pero ya lo está siendo.
Lo anunciado en Apocalipsis está pasando en África, medio oriente, Europa y en algunas poblaciones de América. Los decapitados que anuncia Apocalipsis 20: han comenzado a tener protagonistas en África. Si tú te consideras un siervo de Dios debes leer el libro de la Revelación, mejor conocido como Apocalipsis y guardar las cosas allí escritas. Porque son para ti, y el Padre quiere que lo sepas. Amén.
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