Sin duda alguna Yahshúa de Nazaret, el auténtico Hijo de Dios, representa la bendición más notoria que todo ser humano podría anhelar. Cuando los predicadores evangélicos, que son parte de los burladores que han entrado al Reino de Dios, predican sobre plenitud, necesariamente se refieren a dinero, propiedades, éxito y poder, y esto es lo que ofrecen a sus incautos seguidores.
Estos burladores como los llaman los apóstoles Pedro”(2da 3.3) y Judas (18), nunca hablan del Señor de la Gloria, a menos que sea para establecer una propuesta nuevaeriana de salud y prosperidad.
Pero Pablo quien si habló la verdad, dijo o enseñó que no es en los bienes en donde está tal prosperidad, sino en el mismo Señor Yahshúa. “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”.
Pero ¿hay alguien que tenga su esperanza, no en este mundo sino en la verdad genuina, de los bienes que Yahshúa fue a preparar? La verdad es que la vida nos enseña, desde muy temprano a ser competentes, pulir una carrera, ganar dinero y tener éxito. Y quien no lo haga de esa manera es un fracasado, o un perdedor como suelen decir los norteamericanos. Pero un perdedor realmente es aquel que no se da cuenta, ni entiende, que en Yahshúa lo tiene todo.
Que la vida no es nuestra ubicación final, es algo que hay que entender y aceptar. Es solamente un tránsito, un peregrinaje. Es un tiempo de prueba, entre tanto entendemos el sentido de todo y aprendemos a repudiar al diablo y a sus obras, y a amar las obras de Dios. Pero el Padre quien hizo todo, preparó un lugar de bendiciones para los suyos, donde al final podremos encontrar nuestra plenitud y bendición: al Señor Yahshúa.
Este lugar no está en esta tierra, sino en una nueva que será hecha para que la habiten los que esperan en Yahshúa, al final de todas las cosas. Yahshúa es la plenitud de Dios, y solo en él hay bendición. La plenitud no está en los bienes, poder y éxito de este mundo, sino por el contrario en la negación de ellos. Porque amar a este mundo, fue contradicho por el Señor (1 Juan 2.15). Pero quien tiene a Yahshúa, ya tiene su plenitud anticipada.
Muchos, cientos o miles vieron a Yahshúa hombre, y él dijo que verle a él, era ver al Padre. Moisés no pudo verle, aunque lo pidió. Pero al final de todo, cuando se haya consumado la victoria sobre este mundo y la muerte, el Padre, el Hijo y los que son de él, estarán juntos. No hay mayor plenitud que esto.
La plenitud que hay en el Mesías aseguró la reconciliación de todas las cosas (Col 1.19). Esto es un misterio, pero a la vez es fácil de comprender. Yahshúa al principio era el Verbo (Juan 1.1), y todas las cosas creadas fueron en él (Col 1.16), por ello tenía el poder de sanar las cosas (lo cual hizo mediante su muerte y resurrección), o de condenarlas (porque es el Hijo del hombre). Por ello toda persona puede encontrar reconciliación por medio de Yahshúa, porque en él habita.
Las escrituras no hablan de ninguna otra persona, donde pueda ser hallada la plenitud de Dios, solamente en Yahshúa. Por eso es absurdo que la confianza y esperanza no esté puesta en él. Al Padre le plació hacer que Su Verbo se encarnara, y de esa manera Su Plenitud pudiera ser vista. Esta plenitud no está en María, ni Pedro, ni Juan. Solo en Yahshúa.
¿Qué esperas? Ven a Yahshúa mientras aún hay tiempo. Después que el alma abandona al cuerpo, ya no lo hay
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